“Los gauchos formaron los ejércitos de la libertad y la independencia”, era un pensamiento que siempre recordaba Bartolomé Mitre y con el que fielmente se identifica el pintor y productor Francisco Madero Marenco.
Nieto del pintor costumbrista Eleodoro Marenco, con 41 años, desde joven busca reivindicar la imagen del gaucho argentino y las tradiciones. Su pasión por los caballos y las costumbres camperas viene desde pequeño cuando su padre era mayordomo de una estancia en Juan José Paso, entre Trenque Lauquen y Pehuajó. Todas las mañanas, agarraba su mamadera que le preparaba su madre y lejos de volver a la cama, se iba a los corrales, cuando escuchaba el cencerro de la yegua madrina que traía la tropilla de caballos.
“Mi abuelo estaba encantado que un nieto suyo esté interesado en sus mismas cosas y que encima que le gustara pintar como él. Me presentaba como ‘mi colega nieto’. En 1991, con 11 años, en una gran exposición que hizo mi abuelo, presenté dos trabajos en pastel que él me los había regalado. Estaba orgulloso que había heredado su don”, contó a LA NACION.
Mientras tanto, las tardes en el cuarto de pintura de Eleodoro se hicieron cada vez más frecuentes. “Me daba libros antiguos del siglo XIX de viajeros del Rio de la Plata para que entienda la historia del país. Cuando enfermó, decidí pasar la mayor parte del tiempo en su casa. Me instalaba en el archivo que tenía y leía sobre las costumbres del gaucho. Mi abuelo había sido parte de ese mundo y yo lo quería aprovechar al máximo porque sabía que eran tiempos que ya no iban a volver”, relató.
“Cuando murió fue una gran pérdida para mí. Sentí la necesidad de continuar con su legado, que sigan vigentes las tradiciones y las costumbres del campo. Era mi responsabilidad, debía hacerme cargo”, añadió.
Movido por ese designio, siguió interiorizándose en el tema y encontró en la pintura la manera de mantener viva la figura del gaucho. “Mi abuelo me decía que al gaucho no hay que sobredimensionarlo pero tampoco olvidarlo. Debía rescatar la figura del gaucho del pasado y la pintura era un medio para llegar a la gente”, señaló.
Según detalló, no pinta porque le guste pintar, sino que lo hace porque en cada pincelada busca poner el valor la historia de ese personaje olvidado. “No podría pintar otra cosa”.
Luego de estudiar economía y administración agraria, volvió al campo con su padre. Aun sin saber si el camino era la pintura o ser productor agropecuario, decidió tentar al destino y organizó una muestra con 24 cuadros de su autoría que se vendieron todos en menos de 48 horas.
“Era una señal. A partir de ahí, nunca más paré. Igualmente, con plata que tenía, como respaldo, compraba vacas y las metía en un campo alquilado”, indicó.
Instalado desde hace un tiempo en General Madariaga, provincia de Buenos Aires, día tras día, busca en su matera convertida en taller, plasmar los sucesos de una Argentina pasada. Previo a una exposición, que generalmente son en primavera para no toparse con las labores del campo, llega a pasarse más de 14 horas diarias en su atelier.
Sin un número exacto, cree que ya lleva vendidos más de 400 cuadros a cientos de productores agropecuarios de todo país. Además de la Argentina, también expuso en Bagé y en Esteio, en Brasil. Desde hace 20 años vive de la pintura. Pero en pandemia, se cerraron las galerías y no hubo exposiciones y, fueron las vacas las que le permitieron seguir adelante.
“Recuerdo los últimos momentos de mi abuelo. Mi mano derecha (con la que pinto) tomó su mano izquierda (con la que él pintada) y nos mantuvimos unidos hasta que él decidió partir. Voy a ser pintor hasta que mis manos lo permitan. Aunque sé que es difícil, quiero seguir luchando y, que en cada cuadro que pinte se pueda mantener en alto las tradiciones de mi tierra”, finalizó.
Publicado el 30/1/2022
Por La Nación