A medida que avanza el conocimiento científico se puede dilucidar el verdadero papel que tiene la producción bovina en la emisión de gases de efecto invernadero en relación con otros sectores de la economía.
Tan pronto la FAO publicó en 2006 “La Larga Sombra del Ganado”, las vacas cayeron bajo un manto de sospechas y las críticas les llovieron. Entre otras calamidades, se intentó demostrar que los gases emitidos por los bovinos eran factores de peso en el calentamiento y el cambio climático global. Sus autores cargaron en la “cuenta de carbono” de los bovinos las emisiones de otros sectores no agropecuarios, como los fabricantes de insumos, transportistas, frigoríficos, distribuidores minoristas, expendedores, etc.
Aunque el cómputo atribuyó a las vacas un 18% de las emisiones globales, un recálculo posterior (2013) bajó esa cifra a un sugestivo 14,5 %. Solo un paso medió entre aquellas cifras y el comienzo de una campaña agresiva para reducir el consumo de carnes y lácteos.
Sabemos que el metano que emiten los rumiantes es un potente gas invernadero. Publicaciones recientes difieren en sus estimaciones, pero los bovinos emitirían entre 17 y 24 % de las emisiones globales. El resto provendría de otras fuentes. En medio, hay dos cosas por aclarar:
- En tanto otros gases invernadero (como el anhídrido carbónico y el óxido nitroso) pueden persistir en la atmósfera varias décadas y aún siglos, el metano se desintegra y pierde su potencial de calentamiento en unos diez años. Esto significa que la persistencia de los gases no es equiparable, y que una corrección de los cálculos es inevitable.
- Los bovinos sintetizan el metano emitido a partir del carbono que ya estaba en el aire, y que fue antes capturado mediante fotosíntesis por las plantas que ellos consumen. El ganado no adiciona más carbono a la atmósfera; simplemente recicla el que ya existía. Lo opuesto ocurre en las industrias que queman combustibles fósiles: año tras año adicionan a la atmósfera, sin intermitencia, nuevos volúmenes de carbono. Las estadísticas lo demuestran: en 1995 aproximadamente el 17 % de las emisiones globales provenían del sector rural; en 2021 esa cifra descendió a menos del 7,5 %. Del 92,5 % remanente, casi el 70 % proviene de industrias que dependen de la energía fósil. ¡Cuidado, entonces, con las estrategias que desvían el foco de atención desde esas industrias hacia el ganado!
La huella de carbono, que mide la emisión por kg de producto, es otra noción a revisar. El método produce siempre una asimetría que se repite: un kilogramo de carne bovina puede emitir entre 40 y 70 veces más carbono que un kilogramo de grano o de otros productos vegetales. Ese contraste afecta la reputación de los bovinos. Pero si en lugar de utilizar el kg de producto como unidad de referencia, calculáramos las emisiones por hectárea productiva, la divergencia entre productos bovinos y vegetales puede resultar muy alterada. De nuevo, los resultados varían según el método aplicado.
En una mirada doméstica, es pertinente preguntarnos cuánto emiten las vacas argentinas y cuánto influyen en el calentamiento del planeta. Según estadísticas globales del 2019, los bovinos argentinos emiten aproximadamente un 0,16 % de las emisiones globales. Al quedar muy por debajo del 1 %, queda claro que su influencia sobre el calentamiento global es insignificante ¿Qué sentido práctico tendría bajar la población bovina en un país que se alimenta y genera divisas a partir de ella?
Emisiones
Lo planteado hasta aquí cuenta una parte de la historia: la de las emisiones. La otra parte nos obliga a mirar el carbono capturado en nuestras extensas tierras ganaderas. Nuestro país cuenta con una gigantesca plataforma de fotosíntesis apta para capturar y acumular carbono orgánico en la biomasa de la vegetación y en el suelo.
Como contamos con pocas mediciones de campo, por ahora solo podemos trabajar sobre hipótesis. Pero no debería sorprendernos un balance neto positivo si la captura y acumulación de carbono en las tierras rurales supera a sus emisiones. Hay un desafío metodológico a explorar.
Resumiendo, la larga sombra del ganado se acorta cada vez que la ciencia ilumina cosas nuevas. A medida que aprendemos, nos damos cuenta que los métodos para inventariar carbono no están del todo resueltos y producen incerteza. Si bien nuestro país reporta inventarios ajustados a una metodología internacionalmente aceptada, esos números no necesariamente reflejan la realidad de la ganadería bovina argentina. La incidencia real del metano sobre el calentamiento global y la captura de carbono en nuestras tierras de pastoreo son dos asignaturas pendientes. Como el debate continúa, al ganadero preocupado por las emisiones de sus vacas se le puede aconsejar que no asuma a priori culpas por pecados que no ha cometido.
Publicado el 25/6/2022
Por La Nación