ESTUVO A PUNTO DESAPARECER Y HOY ES UN LUGAR ELEGIDO POR FAMILIAS QUE DECIDIERON DEJAR LA CIUDAD Y CAMBIAR DE VIDA, EN GASCÓN HALLARON PAZ Y TRANQUILIDAD. EL PUEBLO LE DIJO ADIÓS AL ÉXODO.
Donde el mapa de Buenos Aires se enfrenta al desierto y a la soledad pampeanas, se presenta Gascón, un pueblo que estuvo a punto de desaparecer pero que gracias a sus habitantes y a la acción de una ONG, lograron revertir el éxodo. Ubicado en el Partido de Adolfo Alsina, hoy tiene felizmente 120 habitantes, pero llegó a tener 90 y desde el 2015 está recibiendo familias de la ciudad, cansadas de la vida vertiginosa y de la falta de oportunidades. “Puedo trabajar de lo que quiero, ganamos calidad de vida, vivir en un pueblo nos cambió totalmente”, afirma Laura Enriquez, de 32 años, quien llegó en el 2016 junto a su esposo David Bazán, profesor de música de 31 años, que consiguió trabajo dando clases en las escuelas rurales de la región, creó una orquesta infantil y revolucionó un pueblo vecino con su taller de canto.
El Meridiano V, el límite que separa Buenos Aires de La Pampa está apenas a 12 kilómetros. No es fácil llegar a Gascón, los caminos rurales están en pésimo estado y el pueblo no está en las prioridades del Municipio, pero así y todo, la pequeña comunidad ha logrado crear un magnetismo campero, su principal característica -la paz- atrajo a tres familias y algunos otros soñadores que han elegido vivir y ser parte de la refundación de un pueblo que alguna vez tuvo 2000 habitantes cuando el tren pasaba todos los días. Aquí la tranquilidad se mide por infinito. El canto de las aves manda, el cielo, profundamente azul, recibe al invierno con heladas y con días soleados. El pueblo es un cuadro en movimiento.
“Desde que nos mudamos bajé 14 kilos y David 15, descansamos mejor, tenemos un plan de alimentación, acá tenés que ser muy organizado con las compras. Tenemos mejor salud” asegura Laura, juntos vivían en Merlo (Buenos Aires) y cuando la ONG Proyecto Pulpería hizo una convocatoria para invitar a vivir en Gascón, comenzaron a planear su cambio de vida. Compraron una casa y son dueños de su tiempo. “Tengo trabajo en pueblos vecinos, viajo mucho en distancia, pero no en tiempo”, aclara David. Bordenave y Darregueira están en el vecino distrito de Puan, a 28 a 45 kilómetros, respectivamente. “A veces tardo 50 minutos, pero cuando estaba en Merlo y tenía que ir a Capital, necesitaba dos horas” Las claves para llevar adelante este plan de vida, son autos viejos, los llamados catangos. “No te andas fijando si se rompió una óptica, te llevan y te traen” David ha logrado hacer en Gascón una orquesta con los niños de la escuela y ambos llevan adelante un taller de canto y un grupo de teatro, muy exitosos en Darregueira.
En el año 2014, la ONG Proyecto Pulpería, que trabaja en la recuperación de los pequeños pueblos de la provincia de Buenos Aires, se unió al sueño de Gregorio Aberasturi, nacido en Gascón y consignatario de hacienda. No quería ver morir a su pueblo y ante la ausencia estatal ofreció algunas casas que tenía en comodato por diez años para que pudiera llevarse a cabo el plan de repoblación de la ONG, fue así que aquel año se lanzó una convocatoria a nivel nacional. La familia Rolón fue la primera que llegó al pueblo. Daniel tiene 54 años, policía retirado, junto a Noemí -57 años- vivían en Florencio Varela, asediados por la inseguridad. A los pocos días de llegar al pueblo tuvieron trabajo, ella creó “La Alquimia de las Telas”, un emprendimiento donde hace suvenires y artesanías que vende a todo el país por Internet y él, con experiencia en la construcción y en oficios, comenzó a tener obras y a reparar aquello que estaba roto en todo el pueblo, fueron los pioneros en la recuperación. “En los pueblos, el que quiere trabajar, trabaja. Pero la vida acá no es para todos, tenés que venir y después tomar la decisión”, afirma Daniel quien hoy es el presidente del Gascón Football Club, que estuvo abandonado por años y han logrado recuperar con eventos para la comunidad.
“Acá no hay consumismo, es otro ritmo, ganamos una nueva vida”, asegura Noemí. Daniel, luego de tres años de vivir aquí, reconoce que el estado de los caminos rurales son el principal enemigo de los habitantes de los pueblos. “Si tuviéramos el tren de pasajeros sería genial. Acá pasan por día seis a ocho trenes de carga con más de sesenta vagones, si pusieran dos de pasajeros la realidad de estos pueblos cambiaría”, asegura mientras se oye a lo lejos la sirena de una formación.
Hace unas semanas atrás el pueblo recibió con los brazos abiertos a una nueva familia, María Varela de 47 años y Alejandro Saavedra de 50 años llegaron de Glew con sus cinco hijos. “Hicimos un trabajo de hormiga, nos enteramos por las redes sociales del pueblo y vinimos a conocer, mi esposo terminó de cerrar temas laborales y compramos una casa”, asegura María. “Comencé a investigar por Internet y me relacioné a través de Facebook con las personas que ya estaban viviendo en Gascón”, cuando llegó ya eran viejos conocidos, Alejandro es maestro mayor de obras, pero toda su vida quiso vivir en el campo. “Trabajé para el Estado y me fundí, eso fue determinante”, el día que viajó a Gascón para ver si hallaba un casa se encontró con Néstor Martín, ex Delegado y acaso el hombre que más trabaja para el bienestar del pueblo, nacido en Gascón, siente que “este tren puede pasar una sola vez así que ayudo a todos los que vienen”, él le dio el dato de una casa en venta. “Había un hombre haciendo un asado en el patio, su hijo la tenía en venta y cuando hablábamos vi el atardecer más lindo de mi vida”, no necesitó ver más. “Habíamos venido a buscar eso: poder ver el atardecer todos los días”. Compró la casa que hoy habitan en Gascón sin haber entrado en ella, en estos días trabaja en un proyecto: reciclar el viejo almacén del pueblo para convertirlo en comedor de campo.
Con herramientas que están basadas en el trabajo y en los deseos de salir de las ciudades, con proyectos laborales propios, con las ganas de recuperar el valor del tiempo, la paciencia y la lentitud, Gascón se refundó con familias que hoy han logrado hacer de la autogestión un motor para vivir una vida tranquila.
“Este pequeño modelo icónico debe servir para que el país recupere población en el interior, la falta de mano de obra es uno de los principales problemas, sobra trabajo en el campo”, completa Aberasturi, quien en su afán de potenciar la vida rural creó el Club Inversor Ganadero, un espacio que pretende unir el campo con la ciudad, invitando a “invertir a todos aquellos que defiendan la vida en el campo, apostando en ganadería para producir carne que coma pastura natural” Gascón se mueve al ritmo de las vacas, acaso por aquí este el secreto de este pueblo que se reinventó, también por los sueños de las familias que se animaron a dejar todo y echar raíces en un pueblo bendecido por la solidaridad de sus habitantes.
Acá está todo por hacerse”, resume María. “La vida en el campo es incomparable, tenemos buenos vecinos y los chicos pueden estar hasta cualquier hora afuera”. Gascón, que hoy está sin delegado y que sus habitantes aspiran a poder elegirlo, se reorganiza sin asistencia política. Contenidos en la soledad pampeana, estos 120 habitantes han logrado renacer un pueblo que estaba desapareciendo del mapa. “Que se animen a los caminos rurales, venir te define”, concluye Alejandro, quien se hizo dueño del atardecer más lindo del mundo.
Publicado en Revista El Federal