Vientre mata dólar?

En Argentina y debido a las diferentes situaciones económicas vividas en el país, los ahorros personales suelen ser destinados a la compra de dólares, cuyo valor depende de distintos factores: liquidación de los exportadores, intervenciones del Banco Central, tasas de interés de las Letras del Banco Central (Lebacs), reservas internacionales y especulaciones dependientes de las noticias.
Asimismo, las posibilidades de inversión en el ámbito agropecuario devienen en propuestas agrícolas o compra de vientres, ya sea en el caso de pequeños, como de grandes productores.
No cabe duda de que la cría vacuna tiene sus particularidades al compararse con otras actividades agropecuarias.
Su gran dependencia de procesos biológicos con más de un año de duración ya impone consideraciones, retroalimentaciones, demoras y restricciones que deben ser muy tenidas en cuenta al momento de planificar y tomar decisiones.
Se trata de una actividad en la cual el impacto de las decisiones que se toman recién se verá al transcurrir al menos un año; o a la inversa: resultados que se logran hoy (por ejemplo, el destete) responden en gran medida a factores ocurridos el año anterior.
Otra diferencia entre la cría y la agricultura es la posibilidad de generar “resultado” sólo en base a la simple y mera “tenencia”. El capital hacienda –las vacas- que debe invertirse en la actividad, muchas veces es visto como una restricción para iniciarse.
Pero también podría verse como la oportunidad de generar un resultado a favor, más allá de la producción; siempre y cuando el precio del mercado (vacas) aumente más que la inflación.

Hasta 2010 fue más o menos lo mismo tener vacas, dólares o bienes que siguieran a la inflación. Sin embargo y a partir de aquel año, las vacas se hicieron más rentables que la divisa norteamericana.

Una comparación posible es la del inversionista que decide comprar un departamento con el objetivo de “resguardarse de valor”. Supongamos que tiene la posibilidad de adquirir el inmueble en un momento favorable (cuando su precio se encuentre históricamente “bajo”) y especula que en el largo plazo su valor se incrementará más que la inflación (en el peor de los casos piensa que su valor al menos “seguirá” a la inflación: no perderá capital). En ese caso, la simple tenencia del bien ya estaría generando una “rentabilidad inmobiliaria”, la cual a su vez se verá potenciada por la “rentabilidad productiva”si es que -además- el inmueble se alquila, por ejemplo.
En esta analogía, el departamento vendría a ser el vientre y el alquiler su producción (el ternero). La renta final será la suma de ambos resultados: el de la tenencia y el de la producción.

Cuadro Nº 1. Tasa promedio anual
de aumento de precios:

DOLAR VACA IPIM TERNERO
45% anual 49-50% anual 44% 49%

Resultado por tenencia
Obviamente que el resultado por tenencia también puede terminar siendo negativo. Esto ocurrirá si el precio del bien disminuye con el tiempo, lo que en una economía con inflación significa aumentar menos que la tasa inflacionaria.
Por ejemplo, si al 1º de julio de un año una vaca vale $9.000 y al cabo de un año valiera $9.900, habría tenido un aumento nominal del 10%. Pero si en dicho período la inflación hubiera sido del 17%, en realidad podríamos afirmar que la vaca se devaluó un 6%. Nuestro resultado por tenencia en ese año es negativo.

GRÁFICO 1. Valor en pesos de marzo 2018 de 100 dólares y de una vaca.

GRÁFICO 2. Índice de precios del Dólar, Vaca usada, Vaca Consumo, Inflación mayorista y Ternero.

¿El que apuesta gana?
Vale entonces preguntarnos qué ocurrió con el valor de la hacienda de cría a lo largo del tiempo en nuestro país.
Aquel productor que mantuvo sus vacas ¿ganó, empató o perdió respecto del mencionado “efecto tenencia”?
En la Serie de Precios Agropecuarios que expuso recientemente CREA, se indexó por la inflación mayorista (IPIM) a moneda de marzo de 2018 los precios históricos (desde enero de 1984 a marzo de 2018) de US$100 y de una vaca usada con cría.
Allí queda claro que entre 1984 y 2009, con algo así como $2.500 actuales podíamos -en promedio- comprar US$ 100 o una vaca.
La situación cambia significativamente a partir de 2010, cuando la vaca aumenta más que el dólar.
Mientras que la moneda de referencia se mantuvo en unos $20 por unidad (más allá de la suba ocurrida en mayo), la vaca prácticamente triplica su valor en dólares (o en moneda constante), llegando a un promedio de $7.000 en los últimos años.
Esta suba en pesos indexados ya nos está mostrando que el valor de la vaca “le ganó” a la inflación.

Tal como sucede con la actividad médica de los veterinarios a campo, en el ámbito del asesoramiento a los productores, el diagnóstico de la situación ocupa un lugar preponderante entre las variables que definirán el resultado de las decisiones a tomar. A lo largo de este artículo, los autores han demostrado claramente cómo aquellos productores que decidieron sostener su stock de vientres desde el año 2010 a la fecha han logrado “ganarle” no solo a la inflación, sino principalmente al dólar.
Considerando únicamente este “efecto tenencia” (sin evaluar las cuestiones productivas propias de la actividad ganadera), también la categoría “ternero” pudo imponerse al avance de la moneda norteamericana, inclusive luego de la última devaluación del Peso en mayo.
Este tipo de información resulta de vital importancia para que veterinarios y productores puedan planificar a largo plazo. ¿Cómo hacerlo? Medir, comparar y analizar, tal como se propone en el presente artículo.

Luego y si se evalúa la evolución de precios corrientes (sin indexar) desde enero de 2001 a marzo 2018 del dólar, la vaca usada con cría, la vaca consumo por kilo, la inflación mayorista (IPIM) y el ternero de invernada por kilo, veremos que si un dólar valía 100 en 2001, valdría 2026 en marzo 2018 (aumentó 1926% en 17 años); una vaca que valía 100 en 2001 ahora valdría 4516 (aumentó nada menos que 4416%).
De modo similar, la vaca consumo aumentó 3576%, el ternero 4046%, contra una inflación mayorista que aumentó en 1577% en dicho período.
Aquí también vemos que la cosa venía bastante “pareja” hasta 2010, momento a partir del cual se dispara sobre todo la vaca y el ternero.
En el Cuadro N° 1 se muestran las “tasas de interés” anuales (a interés compuesto) que surgen de estos aumentos.
Nuevamente observamos que la vaca (y el ternero) en promedio, “le han ganado” a la inflación y al dólar.
Cabe aclarar que esta distribución de resultados no ha sido siempre la misma a lo largo de los años.
Hubo momentos (2007 – 2008, por ejemplo) en los que la inflación y la suba del dólar fueron superiores al incremento de los valores ganaderos.
En definitiva, todo esto nos muestra que en esta “carrera” de precios, los corredores venían bastante parejos hasta 2010. Hasta entonces, podríamos afirmar que fue más o menos lo mismo tener vacas o dólares o bienes que siguieran a la inflación. Sin embargo, a partir de 2010 la cuestión se modifica y las vacas se hacen más rentables que los dólares (vale nuevamente la aclaración que no estamos considerando la última devaluación del peso).
En el ranking final obtendríamos que: gana la vaca, seguida del ternero, luego el dólar y finalmente la inflación.
Si –ahora sí- consideramos el incremento del dólar ocurrido en mayo, el aumento del dólar pasara a ser de 2.500% (desde 2001), lo cual lo seguiría ubicando en tercer lugar (luego de la vaca y el ternero).
La conclusión es que quien adquirió vacas antes de 2010 y mantuvo su stock obtuvo un resultado por tenencia positivo y superior al obtenido por quien apostó al dólar. ¿Y la producción? Esa es otra historia (y otra nota).

Escriben: Ing. Agr. Msc.
Eduardo Ponssa y el Vet. MBA. Antonio José Castelletti.

Publicado el 13 de julio de 2018 en InfoSudeste